Francisco: Te fuiste en silencio, como viviste, con corazón de padre y con palabras sencillas que encendieron fuegos. Gracias por amar sin medida.
Aún resuenan tus palabras en Lisboa, como el eco de un río que no se cansa de buscar el mar. Allí estuvimos miles de jóvenes de todos los países y culturas, reunidos por ti para escucharte, escuchar a Dios, con mochilas cargadas de preguntas, pero con el alma ligera por el deseo de amar. Tú nos hablaste al corazón, sin protocolos ni barreras. Nos hablaste como quien ya ha amado mucho y quiere seguir amando más.
No solo fui aquella ocasión la juventud del Papa. Francisco será recordado como el Papa de mi juventud. El Papa que nos miró a los ojos sin pedirnos credenciales, sin buscar etiquetas. En él descubrimos un rostro amable, un corazón que latía al ritmo de los más pequeños, una voz que no imponía, sino que proponía siempre con ternura. Su presencia en la Jornada Mundial de la Juventud Lisboa 2023 fue una caricia al alma de millones de jóvenes. Allí, entre cantos, banderas y lenguas distintas, nos habló a todos en el único idioma que nos une: el amor de Dios.
Durante esa jornada, Francisco nos pidió con fuerza que no tengamos miedo. Nos invitó a la juventud, a reemplazar los temores que a veces nos paralizan por los sueños que nos movilizan. “Hagan lío”. Nos recordó que estamos llamados a la santidad, no como un ideal lejano o reservado para unos cuantos, sino como una meta que se construye en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo real y verdadero. Soñar con el Cielo no es una calumnia, sino una manera de caminar con los pies en la tierra y el corazón en alto.
Uno de los mensajes más potentes que aún resuenan en mi cabeza, fue su insistencia en que “la Iglesia es para todos”. Nadie debe quedar fuera del amor de Dios. No importa la raza, la cultura, la historia personal o la situación económica. No nos corresponde juzgar, sino amar, como Cristo amó, como Cristo se entregó por todos y cada uno de nosotros, como Cristo nos quiere en su reino a todos y cada uno de nosotros. Francisco nos pidió que seamos puentes, no muros; brazos abiertos, no dedos que señalan. Nos enseñó que la misericordia es el nombre más profundo de Dios.
También nos encomendó una misión muy clara: ser portadores de alegría. La alegría que brota de los jóvenes y de sabernos profundamente amados por un Dios que nos conoce por nuestro nombre, que nos ha pensado desde la eternidad, que nos espera y nos llama cada día. Esa certeza es la fuente de una alegría que el mundo necesita urgentemente.
En su modo de estar con nosotros aprendimos también la fuerza de la sencillez. Francisco fue un Papa cercano, que hablaba desde el corazón, sin adornos. Nos mostró que la verdadera grandeza no está en los títulos, sino en la capacidad de inclinarse para servir. Con humildad y misericordia, entendió el mundo actual y lo abrazó con valentía, sin renunciar a la verdad, pero tampoco al amor.
Su legado es una invitación permanente a vivir el Evangelio con compromiso. Hoy, su partida nos deja una tarea: como lo dijo en la JMJ 2023, seguir soñando con ese mundo posible, en el que el amor sea la ley más alta, en el que la Iglesia sea un hogar para todos, en el que los jóvenes no tengamos miedo de hacer lío por amor a Dios.
Su despedida fue un domingo de resurrección, como si el cielo mismo hubiera marcado la hora. Se fue en paz, después de bendecir a miles de almas en la Plaza San Pedro. Las casualidades no existen, los milagros sí.
Gracias, querido Francisco, por enseñarnos a mirar más allá de nosotros mismos. Gracias por recordarnos que ser joven en la Iglesia no es esperar a que nos den un lugar, sino ocuparlo con alegría, servicio y esperanza. Gracias por hacer de la Iglesia un hogar,
de la fe un abrazo y de la juventud una promesa.
Hoy, nos toca a nosotros seguir el camino.
Hacer lío. Soñar alto. Amar hasta el final. Hasta el Cielo.