Violencia y desigualdad: una reflexión butleriana sobre México
12/07/2022
Autor: Dr. Roberto Casales García
Cargo: Director de la Facultad de Filosofía

Siempre he creído que todos los filósofos, con independencia de si concordamos en el fondo con su propuesta o no, tienen algo valioso que enseñarnos y decirnos. Este es el caso de Judith Butler, filósofa norteamericana que se ha caracterizado por haber realizado aportaciones significativas a los estudios de género y a la defensa de los derechos humanos. Aunque difiero significativamente con su deconstrucción del género y su teoría performativa, e incluso difiero con su punto de partida “postmetafísico” y “postestructuralista”, no deja de sorprenderme su tratamiento de la violencia y la forma tan sentida en la que articula su defensa de los derechos humanos. Me llama la atención, en concreto, la siguiente tesis: según Butler, “las formas más horribles de violencia social están comprometidas implícita o explícitamente con la desigualdad” (2021: 55), una desigualdad en la que ciertas vidas son tratadas como si fueran más valiosas que otras. ¿Podemos realmente decir que todas las vidas son igualmente valiosas, cuando en la realidad nos encontramos con enormes diferencias entre unos y otros, como si sólo valiera llorar la pérdida de unos, mientras que la pérdida de otros queda sumida en el olvido? 

La pregunta, aunque es compleja, refleja una triste realidad a la que nos enfrentamos en México todos los días: aun cuando todos somos igualmente dignos, la existencia de la mayoría de las personas quedará sometida a un trato desigual, no sólo por parte del gobierno y de los medios de prensa, sino también por parte de muchos mexicanos que permanecemos en la indiferencia ante el dolor ajeno (sí, lo digo en primera persona para enfatizar la autocrítica y no creer ingenuamente que estoy libre de toda culpa). ¿Realmente nos preocupa el dolor ajeno de cualquier otro, sea alguien cercano o lejano, sea alguien reconocido o no, con recursos o no? La triste realidad es que no: sólo prestamos atención a ciertos casos en específico, ciertos casos que logran volverse “virales” o donde encontramos más recursos de por medio. Algo que se puede fácilmente ilustrar con algunos ejemplos cercanos a nuestra comunidad. 

El primer caso que me gustaría mencionar para ilustrar la tesis de Butler es el asesinato de Octavio Ocaña, un joven actor que sería asesinado el 29 de octubre del 2021 a manos de la policía municipal de Cuautitlán Izcalli. La primera versión oficial de lo ocurrido, sin embargo, trató de vendernos una historia muy diferente: de acuerdo con la Fiscalía del Estado de México, sería el propio Octavio quien, en medio de una persecución, se dispararía accidentalmente su propia arma de fuego. Aunque es difícil determinar con exactitud qué fue lo que realmente sucedió, la serie de inconsistencias en la investigación, puestas a la luz al percatarse de que el asesinado no era cualquier ciudadano de a pie sino un afamado y querido actor, mostró que la versión oficial estaba totalmente manipulada. Tan manipulada que incluso se había obviado el robo de una cadena de oro que portaba el actor, por parte de una agente involucrada con lo sucedido. No sólo se reveló que era casi imposible que él se hubiera suicidado, fuera accidental o no, sino que también se mostró que lo sucedido no era un hecho aislado: la policía municipal de Cuautitlán Izcalli, como infortunadamente ocurre en muchos municipios del país, estaba involucrada en múltiples actos de corrupción del tipo. 

El segundo caso que ilustra la tesis de Butler es el de Debanhi Escobar, una joven de tan sólo 18 años, reportada como desaparecida desde el 8 de abril de 2022, y encontrada muerta el 22 de abril de este mismo año. Lo curioso del caso es que éste se volvió totalmente viral de la noche a la mañana, llamando la atención de los medios, quienes, a su vez, generarían la suficiente presión social como para que las autoridades se tomaran el caso en serio. Es lamentable, sin embargo, ver que miles de casos semejantes pasan totalmente desapercibidos y, por ende, no son atendidos por las autoridades con la misma urgencia. Es todavía más triste pensar que, si tu caso no se vuelve viral en México o no eres alguien famoso, las autoridades no te prestan la suficiente atención, como vemos que ocurre día a día con miles de mujeres desaparecidas. ¿Será acaso que la vida de todas estas mujeres es menos valiosa que la de Debanhi? Evidentemente no, ya que todas poseen la misma dignidad y, por tanto, el mismo derecho a que su pérdida sea igualmente llorada, igualmente lamentada e igualmente atendida. Tan lamentable es esta situación en México que, buscando a Debanhi, se encontraron cinco cadáveres de mujeres desaparecidas, cuyo caso no fue igualmente atendido. ¿Cuántos feminicidios más tienen que ocurrir en México, como para que empecemos a tomarnos realmente en serio la violencia de género en el país?

Los dos últimos casos a los que me gustaría referir para ilustrar la tesis de Butler, son dos casos muy sentidos por toda la comunidad universitaria de Puebla, casos que, sin lugar a dudas, nos han marcado de forma significativa: en primer lugar, el feminicidio de Mara Castilla en 2017, alumna de nuestra querida casa de estudios –la UPAEP-; en segundo lugar, los asesinatos de Ximena Quijano Hernández, José Antonio Parada Cerpa, Francisco Javier Tirado Márquez y Josué Emanuel Vital, tres estudiantes de medicina y el conductor de Uber que los llevaba a casa, quienes fueron asesinados en 2020, previo a la pandemia. Ambos casos dieron pie a movilizaciones estudiantiles sin precedentes, donde el clamor de justicia de los universitarios y la presión social que esto generó, fueron factores clave para que ambos casos no pasaran desapercibidos. A diferencia de cientos de casos de estudiantes universitarios que son brutalmente asesinados a lo largo y ancho el país, en ambos casos nos encontramos con una comunidad universitaria que alzó la voz, e incluso se movilizo para generar la presión social suficiente como para que las autoridades les prestaran mayor atención. Basta recordar que, en el caso de Mara, de no ser por esta presión social, el conductor de Cabify estaría suelto y probablemente el cuerpo de Mara seguiría perdido. Cabe recordar también, que durante las movilizaciones que se dieron tras ambos sucesos, movilizaciones que unieron a toda la comunidad universitaria poblana, salieron a la luz otra serie de casos a los que no se les prestó la misma atención. Me refiero a todos aquellos casos que terminaron siendo una triste nota de periódico y un débil comunicado por parte de sus respectivas autoridades universitarias. 

Ante ambos sucesos, en efecto, mucha gente expreso una cierta indignación e inconformidad ante la poca atención que las autoridades prestaban a otros casos semejantes: no fue raro ver un gran número de comentarios en las redes sociales, donde la gente se cuestionaba por qué estos casos, en particular, fueron tan sonados, cuando existen un gran número de casos similares en los que eso simplemente no pasa. En México, tristemente, hay un gran número de muertes y de situaciones de violencia que pasan totalmente desapercibidas, como si la gente que las padecen no importaran. Si lo analizamos a fondo, además, podremos percatarnos de que la situación es mucho más acuciante cuanta mayor es la brecha social: es triste decirlo, pero en México no podemos negar que existe una estrecha relación entre la violencia que se vive día a día y la desigualdad. Aunque en el papel –dígase, la Constitución- todos gozamos de los mismos derechos, lo cierto es que no todos los casos son atendidos con la misma soltura, algo que no sólo genera mayor desigualdad social, sino que también aumenta en proporción con la desigualdad que vivimos.  

Más allá de lo doloroso y lamentable que resulta hablar de estos cuatro casos, vale la pena destacar dos conclusiones relevantes para hablar de la relación entre la violencia y la desigualdad en México. Queda claro, en primer lugar, que si queremos evitar esta desigualdad en la forma en la que se atienden los casos de violencia en el país, debemos tener una sociedad más organizada, para que, así como la comunidad universitaria generó la suficiente presión social como para que los últimos dos casos fueran atendidos, más casos semejantes tengan este mismo respaldo y, por ende, no pasen del todo desapercibidos. Esto implica, en segundo lugar, que debemos ser corresponsables de todo lo que ocurre en nuestro entorno, cara a alzar la voz por todos aquellos que no pueden. No podemos tener una sociedad pasiva y mucho menos ante el creciente número de casos de violencia en el país, mismos que nos impiden hacer vida el ideal de una sociedad justa y pacífica. Si realmente aspiramos a una cultura de la ‘no violencia’, ésta no puede entenderse desde la mera pasividad, ya que, como señala Butler, “la no violencia es una postura que debe perseguirse activa y apasionadamente” (2021: 57).

Referencia:

Butler, J. (2021). Sin miedo. Formas de resistencia a la violencia de hoy. Trad. por Pellisa, I., México: Taurus.