Hace ya varios años Carlos Martínez me invitó a escribir algunas columnas y artículos de opinión. Contribuí con 21 envíos y luego hice una pausa. Hace un par de años, volvieron Carlos Martínez y Fernanda Bretón a invitarme a escribir sobre qué es la “universidad” y así mantener un continuo “repensamiento” sobre nuestra identidad y misión, los desafíos por los que atravesamos, las conductas a evitar y las actitudes a celebrar, etc. A esa columna la llamamos “Universitas” y buscó ser un espacio de reflexión sobre el ser y quehacer de la Universidad. Hoy llego a la entrega número 100. No sé si tomar una pausa, si cambiar de tema o si dejar el oficio de incomodar y provocar a personas que, dicho sea de paso, quiero muchísimo y con las que comparto ideales, vida y vocación.
En esta entrega retornaré al oficio moral, al aguijoneo de conciencias y a la sana autocrítica.
En el capítulo V de El Principito, Saint-Exupéry nos regala unas páginas que, desde niño, me han hecho mella. Ahí habla sobre los baobabs. Comparto un fragmento:
El suelo del planeta del principito estaba infestado de semillas de baobabs que, si no se arrancan acabando de surgir y en cuanto se les reconoce, pueden cubrir todo el planeta, perforarlo con sus raíces y, si el planeta es muy pequeño y los baobabs son muchos, lo hacen estallar.
[…] El principito aconsejó que me propusiera realizar un hermoso dibujo para que los niños de mi tierra comprendieran bien estas ideas. «Si alguna vez viajan —me decía— esto podrá servirles mucho. A veces no hay inconveniente en dejar para un poco más tarde el trabajo; pero tratándose de baobabs, el retraso es siempre fatal. Yo he conocido un planeta, habitado por un perezoso que descuidó tres arbustos…»
Siguiendo las indicaciones del principito, realicé el dibujo. No me gusta adoptar el papel de moralista, pero como el peligro de los baobabs es tan desconocido y el riesgo que puede correr quien llegue a perderse en un asteroide es tan grande, no dudo en hacer una excepción y exclamar: «¡Niños, atención a los baobabs!» Y, sólo con el fin de advertir a mis amigos de los peligros a los que se exponen desde hace tiempo sin saberlo, es por lo que trabajé con ahínco en este dibujo. La lección que con él se puede dar, vale la pena.
Es muy posible que alguien se pregunte por qué no realicé otros dibujos tan admirables como el de los baobabs. La respuesta es muy sencilla: cuando dibujé los baobabs estaba animado por un sentimiento de urgencia.
Pues bien, creo que en nuestra querida Universidad hay semillas de baobabs. Tenemos que reconocerlo y ponernos a recogerlas para que no germinen. Incluso, algunos baobabs ya han brotado, aunque aún es posible arrancarlas sin tanto esfuerzo. Creo que muy pocos baobabs ya han crecido y, con todo, aún es posible arrancarlos si todos cooperamos, si todos unimos esfuerzos. Si no lo hacemos, “perforarán con sus raíces…” la Universidad. Y entonces, ese día, ya no habrá UPAEP. Me invade el mismo “sentimiento de urgencia” de Saint-Exupéry. ¿Quiero asumir un tono catastrófico? No. Pero no quiero ser ingenuo. Se necesita valentía para gritar. Callar, además de ser propio de los cobardes, es un acto que nos hace cómplices. Y no quiero ser ni lo uno ni lo otro.
¿De cuáles semillas o brotes de baobabs hablo?
- De estar en una junta y no vernos ni siquiera a los ojos.
- De estar mirando pantallas, respondiendo emails y viendo el celular mientras el Rector o el Vicerrector dan indicaciones o provocan reflexiones, es decir, mandándolos a la goma con nuestras actitudes y desplantes (poco importa si alguno ahora alega que nunca lo hizo “con mala intención”). Por cierto, el mismo respeto que merece el Rector, merece el personal de limpieza, los polis de la entrada, la recepcionista y el jardinero. Nadie piense que hablo de comportamiento ante la autoridad, hablo de si nos tratamos con un mínimo de educación y respeto.
- De ser invitado a dar una charla a profesores y directivos y darme cuenta de que la gran mayoría está sumamente distraída, que ya se perdió el contacto visual, emocional y humano.
- De que no damos el respeto y la atención que, sin embargo, nosotros sí exigimos, con la incongruencia que esto supone.
- De pretender ser reyezuelos que imperan y exigen respeto, atención, y hasta admiración en nuestro pequeño planeta (dirección, decanato, jefatura, comité…), siendo que cuando nos toca ser soldados y ponernos al servicio de una autoridad, somos pésimos en la disciplina, discrepamos sin mayor miramiento y nuestra arrogante actitud de desdén nos caracteriza.
- De que ya estamos enfermos y ansiosos por estar viendo pantallas y no rostros, pretendiendo estar en todo (whats, redes, emails, noticias…), sin estar de lleno en nada.
- De que no ponemos atención ni estamos concentrados y eso genera muchísimos problemas de todo tipo: comunicación, productividad, efectividad, organización, malentendidos, repeticiones innecesarias.
¿Cuándo fue que los teléfonos inteligentes nos volvieron estúpidos? ¿Cuándo fue que nos dejamos de tener el mínimo de respeto y consideración? ¡Basta ya! Es hora de vernos a los ojos, de reconocernos dignamente. En las juntas, es hora de que regresen a nuestras manos la libreta y el lápiz en vez de las laptops. Es momento de escucharnos con suma atención, con consideración y calidez, con respeto y genuino interés. ¡Es hora de humanizar los espacios y las relaciones que ya hemos deshumanizado!
Hace algunos años nos lamentábamos -como típicas buenas conciencias- de la triste escena que representaba una familia en un restaurante donde cada uno veía su móvil y no se hablaban entre sí. Al lamento lo acompañaba el deseo de que esa plaga no llegara a nuestros hogares o a nuestros trabajos. Pero, henos aquí y ahora, nosotros mismos, infestados de lo que apenas hace un tiempo veíamos lejano y poco probable.
Ya llevo un par de meses en mi hogar pidiendo que, en los momentos que estamos reunidos para comer, nadie saque aparatos; y también aquí, en la Uni, con estudiantes y con profesores, en que llego y pido, antes de comenzar una clase, charla o sesión, que todos guarden aparatos. A pesar de las resistencias, al final todos terminan accediendo. Y entonces sucede algo mágico: la atención provoca al pensamiento, el pensamiento se traduce en interés: ojos fruncidos en son de oposición o abiertos de admiración, pero siempre receptivos; manos levantadas o manos apuntando en una libreta, lágrimas, palabras por compartir, debates entre los asistentes, participación y colaboración… aprendizaje.
“Ayuno tecnológico”. De eso hablo. ¡Nadie se tire de los pelos ni me mande a la hoguera donde se quema a los retrógrados! Ayuno no significa inanición. Tras periodos de atención, de concentración, de encuentro y de genuina comunicación, volveremos a los ordenadores y al correo electrónico, pero lo haremos mejor. Sin tanta ansiedad y con mucha mayor efectividad. Y así como sabe muy rica la comida tras el ayuno, aprovecharemos mejor la tecnología tras una sana distancia.
El primero en criticarse durante estas 100 columnas he sido yo. Cada que escribo algo me comprometo a algo. Si a alguno han servido algunas líneas en estos años, ¡qué bien!, pues eso hace que todo el esfuerzo haya valido la pena. Si a alguien he herido con mi pluma, le pido perdón. Y a todos, les deseo lo mejor siempre.
¡Duc in altum, querida UPAEP!