Una realidad negativa que acompaña necesariamente a la vida humana es el dolor y el sufrimiento. Existe una palabra que resume lo anterior: tribulación, es decir, con dicha palabra se designa la realidad presente -en mayor o menor medida- del dolor y sufrimiento tanto físico como moral, que acompañan la vida de cada ser humano.
En los momentos en que la tribulación se aparece en la vida del ser humano, éste se llega a formular las siguientes preguntas: ¿por qué a mí?, ¿por qué me sucede a mí?, ¿qué he hecho de malo para que me suceda a mí?... La anterior pregunta en sus diversas manifestaciones delata y evidencia dos cosas: Una protesta del por qué en la vida hay dolor y sufrimiento, ya que el ser humano busca huir de aquellas realidades negativas, salvo que sea masoquista. Un reclamo, buscando una respuesta del por qué no debe de existir tribulación en la vida humana aunque exista.
Protesta y reclamo es la consecuencia natural con la cual cada persona reacciona ante el dolor y sufrimiento, y por si fuera poco, lo más trágico de la vida humana es que la respuesta a las preguntas arriba mencionadas, la mayoría de las veces, no existe, y si existe no satisface. El silencio provocado por la inexistencia o insuficiencia de la respuesta adecuada manifiesta que la tribulación es un Misterio, así con mayúscula, siguiendo al filósofo Gabriel Marcel. Y ante el Misterio, existe otra reacción que el ser humano se provoca para compensar la ausencia de la respuesta adecuada, la cual consiste en adoptar diversas actitudes ante el sufrimiento y dolor. ¿Cómo?... puede ser llorando, puede ser una actitud de violencia sintetizada en el refrán de: “no busco quien me la hizo, sino quien me la pague”, si es creyente en Dios puede encomendarse a Él, o bien puede terminar blasfemando (alguien dijo por ahí que la blasfemia es una oración al revés), o puede considerar que la presencia de la tribulación en su vida se vuelve un reto a vencer para seguir viviendo.
Ante la presencia y Misterio de la tribulación cabe la siguiente reflexión: “No estoy hecho ni destruido por la tribulación que se ha presente en mi vida, sino por la respuesta –positiva o negativa- que provoco desde mi libertad ante el dolor y sufrimiento”.