De mi corazón a tierra Masai
05/09/2025
Autor: Javier Pavón

Víctor Javier Pavón López, estudiante de Administración de Empresas en UPAEP, comparte su experiencia como misionero en Lenkisem, Kenia, donde descubrió la alegría de servir, el valor de la esperanza y la fuerza de la fe en comunidad.

La primera impresión que tuve de Kenia fue durante sus misas: llenas de alegría, fiesta y una felicidad invaluable que me recordó y reafirmó quién es Jesús y lo que vengo a hacer en este mundo: ser feliz. Me sentí como en casa; disfruté y me uní a sus celebraciones tan características y emblemáticas. Sus cantos, aunque carecieran de instrumentos, tenían una complejidad sonora impresionante; las voces de niños y adultos complementaban perfectamente la Eucaristía. Lo hacían de una manera única, que no sé si se pueda encontrar en otro país.

Estuve en la parroquia de Lenkisem, una zona muy bella con árboles por doquier y un suelo anaranjado que no se ve en México. Los llanos parecían no tener fin, y el cielo, tanto de día como de noche, era incomparable. Es una comunidad rural donde encontré vacas, chivos y borregos, como en México. También descubrí que las personas son cálidas y abiertas, y disfrutan compartir su vida; esa emoción de recibir misioneros la había experimentado antes en México, pero allá era aún más especial. Me recibieron felices, pero yo me sentí aún más feliz, porque lo que ellos recibieron fue lo que yo llevaba en mi corazón: a Jesús. Todo lo que pude aportar, hacer y realizar, estuvo y estará centrado en Él. Preparar mi corazón y mi espíritu para Él, responder con un “sí” al llamado de Jesús y vivir mi fe en la Iglesia católica es lo más importante para ser misionero. No puedo llevar un corazón ausente de Jesús, y mucho menos puedo aportar si no lo llevo conmigo.

Mi trabajo también consistió en llevar esperanza, no solo a través de proyectos planeados, sino mediante la interacción diaria: entablar conversaciones, saludar en su lengua natal y, desde la plática y los gestos, contribuir a sacar una sonrisa. Aun cuando el idioma era un reto, la sola presencia y compañía podían transmitir un poco del Evangelio.

Una iniciativa propia fue elaborar un huerto en las instalaciones de la casa parroquial de Lenkisem. Sembramos chiles, zanahorias, cebollas, tomates, frijol y maíz. Primero delimitamos el terreno; luego, preparamos la tierra con abono de borrego y chivo, un fertilizante natural que contribuye al crecimiento de las legumbres. Finalmente, sembramos y cercamos el área.

Ver que una persona Masai perciba su tierra como fértil para cualquier semilla la anima a intentarlo, aunque exista escasez de agua. Además, compartir los frutos cosechados con la comunidad contribuye a su alimentación y economía, pues no tendrán que gastar en ciertos alimentos.