La popularidad del populismo a nivel mundial (1ª de tres partes)
21/01/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Hoy 20 de enero por la tarde, cuando mis cuatro fieles y amables lectores estén leyendo esta columna que perpetramos cada semana, ya habrá tomado posesión como Presidente de los Estados Unidos de América el magnate Donald John Trump, nacido en 1946. Al igual que numerosos líderes políticos de estos tiempos -como Meloni, Orbán, Milei, López, Farage o Le Pen-, a él también se le califica como populista. Y es que esta denominación (“populista”) está de moda en todo el mundo, lamentablemente: se habla de políticos populistas, de populismo de izquierda y de derecha, y en la arena política los contendientes acostumbran denostar al contendiente acusándolo de populista. Empero, también encontramos políticos que abiertamente aceptan serlo. Ante esta avalancha de popularidad y en un escenario internacional en el que la democracia liberal se encuentra tristemente en retirada, vamos a reflexionar sobre lo que significa este término tan actual pero también tan poco comprendido.

El vocablo “populismo” procede del latín populus, pueblo, y se le atribuyen diversas características: quizá la más llamativa sea la marcada diferenciación que los políticos populistas establecen entre el “pueblo”, por un lado, y por el otro las “élites” políticas y económicas percibidas como corruptas y perniciosas. El populista se asume a sí mismo como representante genuino y leal de este pueblo al que se asume como un ente monolítico, bueno y sabio, que ha sido históricamente engañado y saqueado por las élites malvadas, contra las que hay que luchar para derrotarlas. Para lograrlo, hay que llegar al poder. Así que, desde esta lógica, en el centro de todo está la idea de que el poder político pertenece al pueblo y que la política debe ser la expresión de la voluntad popular. El populismo idealiza la figura y las virtudes del pueblo, que debe defenderse de las maquinaciones de las élites. El líder populista encarna las virtudes populares, comprende sus sentimientos, le da voz al pueblo y encabeza su lucha, siempre con el discurso de que hay que dar fin a los engaños y abusos de las élites contra el pueblo bueno.

Gracias al líder, el pueblo se da cuenta de esta realidad y lo sigue para andar el camino de la liberación, para que, al final de la senda, el poder político vuelva a manos del pueblo. El momento de fortalecimiento de esta forma de pensar y de actuar de los partidos y de los dirigentes populistas parece ser más propicio cuando los electores comienzan a dudar de las virtudes, logros y beneficios de la democracia. Es decir, si las personas dejan de estar a gusto con los partidos políticos tradicionales o dejan de confiar en ellos, si la confianza en las instituciones democráticas se debilita o si los electores sienten que la democracia -cualquiera que sea la idea que se tenga de ella- no les ha reportado beneficios, es cuando vuelven los ojos a quienes les prometen el cielo y las estrellas. El populismo, por lo tanto, es un síntoma muy visible de que la democracia en un sistema político determinado está en crisis.

Pero el populismo es un fenómeno ambivalente, debido a que, por un lado, posee un núcleo ciertamente democrático: el principio de la soberanía popular. En relación con esto, el populismo puede proporcionar impulsos democráticos positivos cuando se trata de exigir, politizar y movilizar a los electores para lograr un mayor control de los representantes por parte de los ciudadanos, para buscar más transparencia o más oportunidades de participación. Pero también tiene un lado antidemocrático: el populismo a menudo defiende soluciones simples que ignoran conexiones contextuales complejas. Además, muchos populistas, al afianzarse en el poder, buscan acabar con la transparencia, con la rendición de cuentas o con los controles democráticos. La realidad se presenta de forma truncada, con el argumento de que cualquier otra cosa serviría a las élites para seguir engañando al pueblo sufrido y bueno. Mediante una simplificación extrema, la pintura en blanco y negro y el pensamiento en términos de opuestos, el populismo puede polarizar el debate político hasta tal punto que el necesario intercambio de opiniones dentro de una democracia ya no sea posible: ¿Cómo discutir con quienes representan a las élites, según los populistas? Esto se debe a que, si alguien no está de acuerdo con las soluciones o con el discurso populista, automáticamente es tildado de representar los obscuros intereses y las aviesas intenciones de las élites malvadas. Esto significa que el debate democrático pierde la pluralidad de sus voces, lo que dificulta la discusión serena, objetiva y civilizada con los partidarios de líderes populistas. Dependiendo de cuán fuerte sea la lógica populista, los efectos negativos o positivos del populismo pueden marcar la pauta.

La búsqueda de enemigos del pueblo es una característica esencial de los populistas: Trump los encuentra en los políticos profesionales como Joe Biden, en el orden global liberal -que su país, Estados Unidos, ayudó a establecer, por cierto-, en los migrantes, sobre todo si vienen desde o a través de México, y en las instancias democráticas internas: los famosos “pesos y contrapesos” que rigen el funcionamiento de la democracia estadounidense. El ex presidente López, en México, encuentra a sus enemigos en lo que él llama “la mafia del poder”, y los populistas británicos en la burocracia de la Unión Europea en Bruselas, por poner algunos ejemplos. Y las soluciones fáciles a problemas complejos son innumerables: pensemos en la ocurrencia de echar a andar el “Tren Maya” sin haber realizado un diagnóstico serio ni un plan maestro, o en las declaraciones de Trump para exigir que los países miembros de la OTAN destinen un 5% de su PIB a los gastos de defensa. Cuando fue presidente hace unos años, les exigía el 2%, ahora habla del 5%. ¿Por qué? ¿En qué estudio o diagnóstico se basa para fijar el gasto en 5%? ¿Por qué no el 3, el 6 o el 10? Simples ocurrencias, nacidas al calor de una manifestación política o de una idea que surgió mientras tomaba una ducha… 

Como concepto científico o politológico, el término “populismo” es controvertido. Algunos estudiosos se sienten particularmente ofendidos por la tendencia a saturar de valores al término, que también sirve como arma en el debate político. Sin embargo, el populismo, como forma de hacer política, comparte esta propiedad con muchos otros términos que estudia la Ciencia Política. Otro punto que hay que resaltar es que, como ocurre frecuentemente en las ciencias sociales, se abusa de la vaguedad y del contenido aparentemente arbitrario del populismo en el lenguaje coloquial, que puede referirse histórica y actualmente a grupos, personas, ideologías, comportamientos y formas de expresión muy dispares. Tan es así, que Trump, por ejemplo, invitó a su toma de posesión a políticos populistas aparentemente tan dispares como Giorgia Meloni (Italia) y Viktor Orbán (Hungría), pues la primera apoya decididamente la lucha de liberación de Ucrania, mientras que el segundo es admirador confeso de Putin.

Por lo tanto, el uso científico del término “populismo” difiere del uso cotidiano y de la política práctica, que a menudo lo equiparan con complacer las posiciones políticas populares. Esto se queda demasiado corto, puesto que los populistas, en su oposición al establishment, no están preocupados necesariamente por lograr el apoyo electoral más amplio posible, sino que, al presentarse como outsiders y proponer demandas radicalmente provocativas y que rompen tabúes, están principalmente más preocupados por ganar credibilidad y fuerza entre sus propios partidarios.

Así que, concluyendo, diremos que el populismo es una actitud política básica que se opone radicalmente a las élites políticas y sociales gobernantes -reales o supuestas- y pretende reconocer y representar la “verdadera” voluntad del pueblo, al que no se le reconoce una naturaleza plural, sino monolítica. El núcleo de esta actitud es la demarcación dicotómica entre las personas moralmente buenas y virtuosas y los representantes del llamado establishment, a quienes se describe como corruptos, explotadores y egoístas. Los portadores del populismo pueden ser partidos, movimientos, regímenes enteros o personas individuales, razón por la cual el término se usa a menudo en forma adjetival (“soluciones populistas”) o personificada (“el populista”).

Si bien, como estamos viendo, los líderes populistas comparten características comunes, hay algunos rasgos singulares en cada uno de ellos; en el caso de Trump, además de ser el primer presidente en la historia de su país que llega al cargo después de haber sido declarado delincuente convicto, pondrá sin duda alguna su sello en la administración que encabeza que podemos señalar, con toda certeza, con tres palabras: autoritarismo, imperialismo y egoísmo.